12.5.12

Camus, Sartre, Paz... Los míos (los nuestros) de Jean Daniel

Una galería de retratos que es al tiempo celebración vital de un carácter y un destino, con introducción de Milan Kundera

Jean Daniel realiza los Retratos. Milan Kundera le da una excelsa introducción al libro testimonial sobre ocho personalidades del pensaiento y la cultura. foto.fuente:elcultural.es



El vecino siglo XX es ya un siglo de leyenda. Sus testigos no tienen precio, aquéllos que a todos conocieron, a los mejores, a los suyos, rinden cuentas. A la vuelta de la esquina de la memoria, el periodista francés Jean Daniel (Argelia, 1920), cofundador en 1965, junto a André Gorz de Le Nouvel Observateur, entrevistó, terció tragos, lidió con todos ellos: Malraux, Camus, Sartre, Foucault, Octavio Paz, Lévi-Strauss, Solzhenitsyn, Jorge Semprún... Ahora lo cuenta en 'Los míos' (Galaxia Gutenberg), una galería de retratos que es al tiempo celebración vital de un carácter y un destino. Porque como señala Milan Kundera en la introducción que adelantamos, Jean Daniel vive, pero sus 52 retratados han muerto y sólo cabe proteger el pasado de sus supervivientes. Así, redescubrimos al “resplandeciente” Malraux y al “diabólico” Sartre, con parada en la Argelia del “samurai” Foucault o en el México del inusitado poeta bailarín Paz.

Es natural: cada cual se considera autor exclusivo de su actitud, de sus convicciones, de sus actos: de sí mismo: cada cual tiende a subestimar el papel del azar que, mediante encuentros imprevisibles, nos modela desde fuera. Pero un buen día, percibimos a nuestro alrededor una dispersa comitiva de personas y reconocemos en ella a algunas sin las cuales no seríamos lo que somos. Jean Daniel las llama 'los míos'.

Su libro, que lleva ese título, es la galería de sus retratos. Quizá también sea una autobiografía discretamente escrita en su reverso. Son cincuenta y dos retratos. El primero es el de su madre y, a través de ella, el de toda su familia que es judía, vive en Argelia y se considera francesa. El “triángulo identitario”. El signo grabado en la primera piedra de su vida y uno de los grandes temas del libro. El segundo retrato es el del amigo de su primera juventud, Vicente, hijo de una familia pobre, que un día se irá a España donde lo matarán los franquistas en la guerra civil. Un sueño de revolución que se mantendrá presente en la vida de Jean Daniel, convirtiéndose luego en otro gran tema de su galería. Los cincuenta y dos personajes ya han muerto. En esa ausencia de los vivos, incondicional ausencia, veo un sentido profundo que elucidan los versos de Guillaume Apollinaire que encabezan el libro: Nada hay más muerto que lo que no existe todavía / Al lado del brillante pasado, incoloro es el mañana.

El mañana no tiene una existencia real, el mañana ha muerto. La vida se concentra en el pasado. Debemos pues protegerlo de los supervivientes, quienes, sin saberlo, están dispuestos a olvidar lo que eran, hacían y pensaban. No consiguen ignorar las lecciones que les dicta el “mañana”, que, mientras los absorbe, rescribe ya su memoria. Excluir a los supervivientes es el modo de dar la espalda al “mañana incoloro” para que se mantenga intacta la belleza del “pasado brillante”.

Esto me recuerda la visita de un amigo checo a París, unos meses después de la caída del comunismo. Es invierno, pasamos por una avenida donde nos vamos topando con indigentes tumbados o sentados en las aceras. Sin decir nada, mi mujer se los señala a nuestro amigo que reacciona con alegre ironía: “¿Quieres hacerme propaganda comunista?”. En efecto, mi amigo ha olvidado del todo que en su país hubo una odiosa policía política pero nunca vio a un mendigo por la calle. El futuro ya estaba remodelando en sordina el pasado.

El recuerdo del joven revolucionario Vicente alumbra tenuemente a unos veinte retratados, Camus, Sartre, Gide, Jean Cau, Furet, Czeslaw Milosz y tantos otros. Jean Daniel no los juzga ni interviene en sus disputas. Nada más lejos de su intención. Conserva sus actitudes y discusiones tal como eran, con toda su belleza pasada. Y, sorprendido, me doy cuenta de que, por muy grande que haya sido la inteligencia de los retratados y su conocimiento del mundo, ninguno de ellos dijo nada válido sobre el futuro. Nada, ni sobre la cercana caída del comunismo europeo ni sobre la fascinante transformación del comunismo chino, ni sobre los voraces progresos de la técnica que, más que los regímenes políticos, será la que cambie la vida. Pero esa incapacidad de previsión no debilita en modo alguno su pensamiento. ¿Están obligados los intelectuales a ser adivinos? ¿Eran tan racionales las soluciones que ha aportado la Historia a los problemas de la humanidad? ¿Tan dignas de admiración? Considerar la Historia como dueña de la verdad es la principal sandez hegeliana, y no me seduce. Aunque no supieran predecir la Historia, los personajes de quienes nos habla Jean Daniel, “los suyos”, me son queridos, y contemplo con nostalgia ese “pasado brillante” que, gracias a ellos, sigue siendo inimitable, original y bello.

  Ocho de los nuestros

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