4.5.12

El inconsciente de la violencia

“Cuando empecé a escribir tuve pesadillas increíblemente violentas”, dice el escritor guatemalteco, que estuvo en Buenos Aires para presentar su novela Severina y hablar sobre las maras, el conflicto armado en su país y el futuro
LA NAUSEA. De ese modo describe Rodrigo Rey Rosa la vida cotidiana en su país, Guatemala, al momento de comenzar a escribir literatura.foto.fuente:Revista Ñ


En la primera librería dicen que no lo tienen, en la segunda, que está agotado. En la tercera, así, de memoria, que el día anterior vendieron el último ejemplar de Correspondencia Macedonio/Borges. 1922-1939 . El escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa entra y sale de las librerías de la avenida Corrientes preguntando por ese libro que no encuentra. Llueve sobre Buenos Aires, uno de esos aguaceros furiosos, y él compra un paraguas negro por veinte pesos en la esquina de Uruguay. Le auguro poca vida y se ríe, confiado en que, al menos, el paraguas llegará entero hasta el otro día, cuando viaje a Santiago, Chile, para dar un taller en la Cátedra Roberto Bolaño de la Universidad Diego Portales y, desde allí, regresar a Ciudad de Guatemala, donde vive.
Rey Rosa es uno de los escritores más interesantes del panorama latinoamericano actual: sus dos últimas novelas, El material humano (Anagrama) y la recientemente publicada Severina (de Alfaguara, que reeditará en breve buena parte de su obra) son densas, precisas, perturbadoras. En la primera, una especie de demoledor diario personal, Rey Rosa consigue hacer de las listas, de una aparentemente simple enumeración de casos del Archivo de la Policía de Guatemala que él anota en libretas y cuadernos, un registro burocrático de la crueldad. Rey Rosa habla, en El material humano , de su interés en el archivo como “objeto novelable”.
“Después de El material humano , escribir Severina fue como tomarme una especie de vacación, un descanso”, dice Rey Rosa. En ella cuenta la obsesión (el amor) que siente un librero por una ladrona de libros. No sólo no la denuncia sino que además lleva un registro del expolio. Esa relación que crece y se enrarece, y la de la mujer con un hombre al que presenta como su abuelo, son el eje de la novela, a la que Rey Rosa definió como “un delirio amoroso”.
¿Qué provoca el encanto del librero por “Severina”: el robo, la femineidad, los títulos que roba?
Es la combinación, pero en cierta manera, creo que es la elusividad lo que lo obsesiona, cómo ella se escapa siempre. Claro que hay una atracción física, pero luego hay una intriga por esta habilidad de robar los libros sin ser detectada. Lo que se nos escapa nos atrae, es el principio básico de la seducción: mostrarse y retirarse.
El protagonista parece sentirse en riesgo todo el tiempo. ¿Se puede vivir con ese grado de desconfianza que se percibe en él?
Yo creo que sí, que hasta puede ser creciente la desconfianza y de hecho me parece que se puede vivir con alguien a quien uno no conoce y a quien se le teme, también. Cuando escribo cosas más largas me pongo casi como única condición no ir más allá de lo que cuento cada día, no adelantarme a los acontecimientos.
El libro abre con una cita: “¿Cuál es el poder del amor sino el perdón?” ¿Hay algo de eso en el protagonista? ¿Algo como de sometimiento al destino?
A todo. El se enfada, pero perdona, por debilidad o por amor.
¿Severina “roba” tu propia cartografía literaria?
Sí, pero de manera inconsciente porque son listas casi automáticas. Son libros que afloran a la memoria, a los que llegué de maneras inesperadas. Desde luego, no hay ninguna novedad ahí, pero son libros que no están en el mainstream literario. Probablemente por eso ella los roba, porque no son libros comunes. Pero no tiene que ver con un canon mío, personal. Sí son libros a los que yo les tengo cierto afecto. Sé que son extraños. Mientras escribía la novela pensé “voy a hacer listas de libros de diez páginas”. Quería hacerlo como un largo ejercicio de recitación, para leer como una especie de poesía conceptual, pero finalmente desistí.
¿Robaste libros alguna vez?
Sí... no muchos. La primera vez que me animé a robar un libro fue en Berlín, donde viví varios meses. Estudiaba alemán, tenía ganas de leer en español y en ese momento, un invierno muy frío de 1977, 1978, los libros en español eran carísimos. Había uno de Rilke, las Herejías de Diuno , bilingüe, que yo añoraba y no me lo podía permitir porque vivía casi al día. Un día iba con un morral y lo metí adentro. Así, tan simple. 
Como Severina, que desliza los libros en el morral.
Sí. Creo que lo hice dos o tres veces más, también por la emoción que me producía. Después de Berlín, no volví a necesitar esa forma de hacerme de libros.
¿De dónde surgió la historia del Corán anotado por Borges?
Una ocurrencia. A mí me habían contado que Borges comenzaba a escribir en los mismos libros que estaba leyendo. En caliente, ¿verdad? Afortunadamente había en la trama de la novela un musulmán que me permite entrar en el Corán y de ahí a Borges, que fue un gran lector y un gran reintérprete del Corán.
Hay algunas señas que remiten a “El material humano”, como la escena del hospital, a donde el librero acompaña a “Severina”.
Hace poco fui a visitar a una amiga que estaba en el hospital y en un cuarto había un grupo de guardaespaldas, muy siniestros. Estaban custodiando a un ex director de presidios que se había hecho pasar por enfermo para eludir el arresto, pero ahí estaba, custodiado por matones. En cuanto a El material humano y Severina , ésta fue una reacción a un mal sabor existencial, un gusto muy amargo. Estaba como asqueado. Después de El material... me sentí mal, un poco paranoico, también. Me gané algunos enemigos y también hubo reclamos de amigos y familiares: ¿cómo había expuesto tanto a mi hija? Esa novela es un ejercicio de sinceridad, un strip-tease, si quieres. Tal vez pude haber enmascarado la historia un poco más.
¿Y por qué no lo hiciste?
Pensé que tal vez debí cambiar los nombres, pero entonces ya hubiera sido otro ejercicio y no quise desvirtuarlo. Ahora, ya con el tiempo, me alegro de haberlo hecho y de no haber antepuesto mi comodidad. Escribí con esa especie de temeridad que trae la estupidez. Ya pasaron tres años, pero, para darte un ejemplo, cuando salió el libro, no di ninguna entrevista en Guatemala.

Partir y volver
Rey Rosa estudió, y abandonó, la carrera de Medicina. Fue el consejo de un amigo: “Qué estas haciendo en ese lugar de mierda, vente a Nueva York”. Ese lugar era Guatemala, que por esa época, fines de los años 70 y comienzos de los 80, era tierra arrasada. Entonces sí, se fue a Nueva York, donde estudió cine, y a Tánger, Marruecos. Allí, en 1980, conoció al escritor Paul Bowles, el primero en traducir sus primeras obras al inglés. Después fue Rey Rosa quien tradujo a Bowles, que además, al no haber tenido hijos, lo nombró su heredero. El escritor adaptó e hizo el guión de una de sus novelas, Lo que soñó Sebastián , y él mismo dirigió la versión cinematográfica, que en 2004 presentó en el Festival de Sundance.
La casualidad, o la mala fortuna, lo pusieron ahí. En el peor momento, en el peor lugar. Rey Rosa cuenta ahora, más de 30 años después, que él olió a carne quemada cuando el Ejército de su país atacó (arrasó, habría que decir) la Embajada española en Ciudad de Guatemala. “Allí murió un tío político mío. Fui con mi hermana a llevarle unos medicamentos, pero ya estaba toda la zona acordonada por la policía. Ibamos alejándonos y entonces empezamos a oler a carne quemada. Ahí se acabó todo”, cuenta Rey Rosa.
Y cuando dice que “se acabó todo” quiere decir que se fue de Guatemala, porque no había sólo una escena que se ve como al doblar una esquina, mientras uno se aleja: su madre había sido secuestrada –estuvo cautiva 6 meses– y liberada después de pagar un rescate, había amigos torturados y asesinados, había miedo o terror. No era una idea, o un concepto, sino una tenaza en el pecho, la búsqueda de una bocanada de aire que no llega. La implementación de la “tierra arrasada” y el terror dejaron en Guatemala 200 mil muertos, desaparecidos, desplazados. En 1996 se firmaron los Acuerdos de Paz, pero la espiral de violencia no había terminado: en 1998, dos días después de la presentación del informe “Guatemala: nunca más”, fue asesinado a golpes el obispo Juan Gerardi. Rey Rosa volvió a su país en 1994, después de haber vivido quince años afuera. Y se fue quedando.
¿Cómo aparece el tema de la violencia en tu literatura?
Es el inconsciente el que me la impone. Cuando comencé a escribir, tenía pesadillas increíblemente violentas. En ese tiempo mataban a cincuenta personas por día, en el campo y en la ciudad, y yo no había podido escribir aún sobre la muerte de mi tío quemado, sobre un amigo que apareció castrado y asesinado. Cuando tuve la oportunidad de irme, me fui. Estaba odiando todo. Sí soñaba con eso, soñaba cómo matar a ese general hijo de puta... Recién comenzaba a escribir, todavía no había llegado a Marruecos, pero estaba con esta vasca, esta náusea.
Después de “El material humano”, ¿qué respuesta tuviste de los organismos de derechos humanos o de la Comisión por la Verdad de Guatemala?
La gente que me dejó entrar fue muy generosa; el jefe del Archivo fue muy amable conmigo. El fue uno de los fundadores del Ejército Guerrillero de los Pobres, un tipo muy respetable. Es el único que asume la responsabilidad por los derechos que ellos también violaron. Dice: sí, cometimos errores. Dice: sí, matamos pero las razones que teníamos eran otras, y defiende el supremo derecho a la rebelión. Y ahora enfrenta juicios porque sí hubo masacres en la guerrilla. Aun así era una lucha válida y yo me siento muy afín a esta línea de pensamiento, aunque no creí nunca en la estrategia de la guerra armada. La cuestionaría muy a fondo y no me comprometería con matar en ningún caso, más que por instinto. No es que crea en la pasividad: creo casi en cualquier cosa, menos en matar programática, estratégicamente.
El día de la toma de la Embajada española, el 31 de enero de 1980, murieron 37 personas, y dos más al día siguiente. Allí asesinaron también al padre de Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz. De a poco, en cuentagotas, en Guatemala comenzaron a verse algunas condenas, pero la Justicia no alcanzó a los máximos responsables: algunos murieron, otros están viejos y seniles, o se fugaron. Rey Rosa dice: “En algunos cuentos, aparecen imágenes de lo que yo veía, pero no desde lo político. Sí aparece el horror. Creo que en mis primeros cuentos está el horror, pero a la manera fantástica, sobrehumana. Y he ido poco a poco. Un escritor de 19 años todavía no conoce el mundo, el de 40 empieza a saber más. Hay una especie de ruta de lo irreal a lo real en mi trabajo, de lo fantástico al realismo”.
Decías antes, en relación a la violencia, que ahora estás revisando otros archivos.
Sí, aunque hay que hacerlo legible. Estoy viendo archivos del neuropsiquiátrico de la Ciudad de Guatemala, pensando la locura como causa y efecto de esta violencia guatemalteca en continuado, y, también de la violencia como causante del aislamiento de la clase alta, que vive en sus palacios con guardaespaldas, pudriéndose de soledad, de aburrimiento, de frivolidad. No sé si esos archivos me llevarán a algún sitio, pero encontré una manera de ordenarlos para que la pura transcripción hable por sí sola sin que yo tenga nada que inventar.
¿Hay alguna continuidad entre el conflicto armado y las maras de Guatemala?
La locura continua. La forma en que matan, y creen en eso. Si tú ves las historias que se cuentan sobre por qué mataron así a tal persona, parece que hubiera creencias satánicas en algunos jefes de las maras. Una receta para algo, salir de la cárcel, por ejemplo, puede ser el corazón de una chica de determinadas características. A veces, no es que matan, es que utilizan el cuerpo. Esa es mi tesis, que no quiero forzar. Pero yo creo que se puede decir que es una sociedad demente. Te cuento una conversación de dos niñas de 10 años: “¿Qué quieres tú para Navidad?”, pregunta una. “Quiero un guardaespaldas”, contesta la otra. Esa es la demencia “protegida”, digamos, y luego está la demencia brutal de las clases bajas, en la que hay niños que empiezan a matar a los 12 años. Claro que esto no es monopolio guatemalteco. En toda esta región tan golpeada hay una especie de demencia criminal.
¿Cómo es vivir ahí?
(Larga pausa) Mira, yo creo que si pudiera me iría, pero ahora tengo una hija. El que la muerte esté tan presente te obliga a tener una especie de temple y de fatalismo, también. Algo que los franceses llaman “la dignidad del peligro”. Puro presente. Lo peor es el aislamiento en el que vive la gente, y aunque en el mundo de la escritura y el arte hay cierta apertura, es un mundo muy pequeñito.
¿La escritura restituye algo de todo eso que se pierde?
Sí, algo, pero no todo. Abre otras vías de comunicación pero, sobre todo la ciudad, se me hace irrespirable. Así que tiendo a escaparme al campo. Irme del país me parecía una frivolidad y, a menos que sea una necesidad urgente, mi karma está ahí y lo asumo, incluso como experimento literario. Los que no se fueron aún, quieren irse. Pero yo no puedo. Así que mejor me adapto.

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