31.3.17

Los diez poemas imprescindibles de Miguel Hernández

Repaso de la vida y obra del poeta, uno de los principales referentes de la cultura española
El poeta de Orihuela Miguel Hernández ./lavanguardia.com

Quien lo conoció destacaba su gentileza y su arte innato para expresar el máximo con las mínimas palabras. Hablamos de Miguel Hernández, uno de los poetas y dramaturgos de mayor relevancia que ha tenido la cultura española. Aunque tradicionalmente se le ha encuadrado en la generación del 36, el poeta mantuvo una mayor proximidad con la generación anterior hasta el punto de ser considerado por Dámaso Alonso como “genial epígono” de la generación del 27.
Hernández tuvo que abandonar el país tras tomar parte activa de la Guerra Civil. Por desgracia fue descubierto en la frontera con Portugal, donde fue detenido y sentenciado a muerte. Su condena fue conmutada por una pena de 30 años de prisión, pero jamás llegó a cumplirla ya que la tuberculosis acabó con el artista el 28 de marzo de 1942.
Este sábado se cumplen 75 años de la muerte del poeta, y por ello, hacemos un repaso de su vida y obra, con 10 de sus imprescindibles poemas centrados en un estilo que se denominó ‘poesía de guerra’ y del que es uno de los principales referentes.
Cancionero y romancero de ausencias
Por las calles voy dejando, algo que voy recogiendo: pedazos de vida mía, venidos desde muy lejos. Voy alado a la agonía, arrastrándome me veo, en el umbral, en el fundo, latente de nacimiento.
Llamo a la juventud
Sangre que no se desborda, juventud que no se atreve, ni es sangre, ni es juventud, ni relucen, ni florecen. Cuerpos que nacen vencidos, vencidos y grises mueren: vienen con la edad de un siglo, y son viejos cuando vienen.
Canción última
Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias. Regresará del llanto adonde fue llevada con su desierta mesa, con su ruinosa cama.
Florecerán los besos sobre las almohadas. Y en torno de los cuerpos elevará la sábana su intensa enredadera nocturna, perfumada. El odio se amortigua detrás de la ventana. Será la garra suave. Dejadme la esperanza.
Tristes guerras
Tristes guerras, si no es amor la empresa. Tristes, tristes.
Tristes armas, si no son las palabras. Tristes, tristes.
Tristes hombres, si no mueren de amores. Tristes, tristes.
Jornaleros
Jornaleros que habéis cobrado en plomo sufrimientos, trabajos y dineros. Cuerpos de sometido y alto lomo: jornaleros.
Españoles que España habéis ganado labrándola entre lluvias y entre soles. Rabadanes del hambre y del arado: españoles.
Esta España que, nunca satisfecha de malograr la flor de la cizaña, de una cosecha pasa a otra cosecha: esta España.
El rayo que no cesa
¿No cesará este rayo que me habita el corazón de exasperadas fieras y de fraguas coléricas y herreras donde el metal más fresco se marchita?
¿No cesará esta terca estalactita de cultivar sus duras cabelleras como espadas y rígidas hogueras hacia mi corazón que muge y grita?
Vientos del pueblo me llevan
Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y decidida la barba. Cantando espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas.
Las manos
Dos especies de manos se enfrentan en la vida, brotan del corazón, irrumpen por los brazos, saltan, y desembocan sobre la luz herida a golpes, a zarpazos.
La mano es la herramienta del alma, su mensaje, y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente. Alzad, moved las manos en un gran oleaje, hombres de mi simiente.
Escribí en el arenal
Escribí en el arenal los tres nombres de la vida: vida, muerte, amor.
Una ráfaga de mar, tantas claras veces ida, vino y los borró.
Sentado sobre los muertos
Sentado sobre los muertos que se han callado en dos meses, beso zapatos vacíos y empuño rabiosamente la mano del corazón y el alma que lo mantiene.
Que mi voz suba a los montes y baje a la tierra y truene, eso pide mi garganta desde ahora y desde siempre.

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